¿Recordamos un texto de hace seis años?
9 julio, 2016
Albahaca.
La albahaca vino a traerle recuerdos de infancia y olores de adolescencia. Mientras capturaba la imagen, entre flores y arbustos, de quien le había devuelto las ganas de vivir en tan sólo unos meses, pudo reconocerse como una mujer nueva y fresca que sentía como propias las aventuras de quien la miraba sonriendo. El día había sido duro, cruento incluso, pero con inusitado despiste y naturalidad, quien la amaba le hizo olvidar el qué y el quiénes. Apenas bastaban tres sonrisas y dos besos insinuados, en ocasiones. No se había sentido sola en ningún momento. Nunca pensó que estaba equivocada mientras recogía aparatosamente su casa y se lanzaba a la llamada de lo místico.
En unos meses, aun sintiendo la morriña de la tierra, había construido su hogar en unas manos apenas conocidas. Y ya no concebía más mundo que ése. Tampoco quería hacerlo. Sólo una vez se sabe. Y sólo una vez llega. Se sabe, se siente y se confirma.
Salir de su trabajo para ver el coche aparcado. Y sonreír. Cuando abría la puerta siempre encontraba unos ojos brillantes que la miraban como nunca nadie lo había hecho. Se mortificaba después pensando si aquellos ojos verían lo mismo en sus pupilas. Después, sentir una mano tranquila que acariciaba su cara y procuraba un beso infantil, inocente, cargado de sentimiento. Ver el gesto firme en el volante y las palabras que le dirigía, llenas de ternura. Nunca podría decirle que no, a nada. Y era perfectamente consciente de que su arbitrio estaba rendido a la voluntad de quien, ahora, ocupada el margen más inexacto y alto de sus aspiraciones. Y todavía no podía saber a ciencia cierta si la llama que le prendía la razón era la misma en aquella mano que, de madrugada, en sueños, procuraba un acercamiento de su pecho hacia su espalda. Cómo le temblaba el cuerpo, cómo le tiritaba el alma…
Muchas mañanas, cuando distancia y tarea ocupaban su cabeza en oficios necesarios para la salud mental, se encontraba releyendo la historia. Una historia que comenzó de manera poco convencional y en marcos espaciales que indicaban un futuro incierto. Fue la fe quien salvó marco y tiempo. Ella, en su manifiesta ensoñación de lo atípico, estaba convencidísima de que algo tan grande y manifiestamente sobrehumano sólo se podía conseguir con el esfuerzo de las dos partes. Y estaba segura de que el camino estaba sellado para siempre. Tanta diferencia en caracteres convertida en complementariedad no podía significar otra cosa: el amor.
Alguna noche de insomnio pudo contemplar su cuerpo inane sobre la cama. Ríos de ternura era el fluir de la sangre por sus venas. Tanta emoción contenida pudo transformarse en algún verso simplón, de metáfora escondida, algún fin de semana, en soledad y con añoranza extrema. A veces se sorprendió conteniendo las palabras. Más se sorprendía cuando no encontraba léxico que pudiera dar forma a sus emociones. Sencillamente no podía. Porque no había verbo que contuviera en sí mismo toda la semántica de su sentimiento.
– ¿Éste te gusta?
– Mi vida, me gustan todas.
Quizá gritar que todas le gustaban si eran para esa casa hubiera sido insuficiente. ¿Cómo hacerle entender que daba igual qué hiciera, qué dijera o qué pensara? El pacto estaba hecho. Trazado el argumento contra el abúlico y resignado camino, todo le parecía una maravilla de la vida si era a su lado. Poco importaba si la convulsión del alma era distinta: ella la sentía y ya era suficiente.
Una rúbrica a perpetuidad. Remover un corazón es gesta eterna.
– Me ha encantado comprar flores contigo. Me pareció tierno.
– A mí también.
Presa de los miedos del pasado, aún le costaba decirle que nunca sus ojos se apartaron de su pelo, que, mientras se separaban entre rosas, orquídeas y narcisos, en ningún momento pudo dejar de pensar que esa fragancia estaba siendo respiraba por quien le robaba el juicio.·»Verte feliz es toda mi ambición» – hubiera que rido decirle. Pero no lo dijo nunca. Descubrir el alma era peligro manifiesto.
Al salir, entre albahaca y tomillo, sólo vió una enorme sonrisa, sólo percibió una mano que apresaba sus dedos. Las macetas pudieron pesarle en los brazos, quizá el cansancio estaba doblando sus rodillas, tal vez la morriña y el anhelo de su tierra, a veces, la llevaba a paisajes muy lejanos. Y sin embargo, al doblar el paso de peatones, se sentía la mujer más libre del mundo. Sin pesos y sin ataduras. Con un único destino, de nombre y apellidos ya conocidos que, hoy, le apresaba la mano y hacía de un rumbo ajeno, su camino.
Y al llegar a aquella casa no sintió más que la recompensa inequívoca de saberse meta y conocer que ya toda vereda estaba obstruida porque, al fin, entre flores, pudo dar nombre a esa brasa que la consumía: Su fin.
Lejos de asustarse, sonrío para sí. «Ya mi sangre tiene vena. ¿Qué existe sino su paso?».
Se arrimó a su cuerpo. Se dejó abrazar. Y la noche vino a cubrir aquellos dos cuerpos que, solos, acaparaban en un dormitorio la magnitud infinita de un espacio no conocido. Ella rezó, como cada noche. Y dejó que la Muerte, sibilina y dulce, viniera a decirle, de madrugada y a traición, que nunca dejó de borrar su nombre de la lista. Y, al sentir ese miedo, tan palpable como la sábana que la cubría, pudo ver, en aquella albahaca, que acababa de rubricar con dolor el pergamino donde se había escrito lo más sagrado, en forma y fondo, de su vida.
– Dejaré de fumar.
Y con un beso a una medalla, que rondaba su tórax desde hacía veinte años, selló su nueva promesa.
«Nunca permitiré que le hagan daño». Un beso en los labios y una oración fueron suficientes para procurarse el sueño reparador, que tanto la esquivaba.
«Traeré más plantas y flores».
A fin de cuentas, ver aquellos labios sonreír era el oxígeno que le hacía levantarse cada mañana. Y aquél cuerpo que dormía a su lado era la única imagen que ella quería conservar en su memoria. Para siempre.
Verónica Victoria Romero Reyes.
«Ella»- Derechos registrados.
2010.
Comprar libros en formato papel ya no es caro
18 julio, 2013
Aún recuerdo mi primer sueldo. Me lo pulí, hace ya unos 15 años, en libros antiguos. Me dirigí a una librería de la capital donde estudiaba la carrera y me dediqué a rebuscar títulos o autores clásicos que llevaba tiempo buscando. El resultado fue un “Bestiario” de Córtazar, ya casi sin tapillas y sin cosido, una “Divina Comedia” en dos tomos fastuosos y un “Decamerón” de Bocaccio. Todos lucen en mis estanterías con especial iluminación.
No vamos a negar que los lectores asiduos nos gastamos cantidades ingentes de dinero en libros, sólo por el hecho de pasar esas hojas que alguien concibió en algún momento. Casi todos tenemos ya libros electrónicos o smartphones que nos ayudan a la descarga de obras online. Pero, seamos sinceros, ¿es lo mismo esa pantallita insípida e inodora que todo el sabor, el ruido uniforme y la textura de un papel que nos transmite algo?
Buscando maneras de ahorrar algo, por ese respeto que da saber que estamos en crisis y hay que ir aumentando la bolsita del ahorro, me topé con esta generosa idea para la economía familiar: cupon.es
En ella se ofrece al cliente un surtido amplio de descuentos en compras de toda clase, índole y público. Directamente me fui al apartado de descuentos en libros y encontré este enlace http://cupon.es/descuentos-iberlibro.html
Iberlibro se especializa en libros de ocasión, antiguos o raros. Algunos de ellos pueden ahorrar a nuestro bolsillo hasta un 30% de su valor en mercado. Para quienes, como yo, la rareza es un plus de autenticidad en un libro clásico, ahorrarnos unos durillos nos viene de perlas ahora, de cara a esas vacaciones que soñamos llenas de cócteles y playas abarrotadas.
Lo interesante de Cupon.es es la gran diversificación y el ahorro inmediato. Servidora, compradora compulsiva de tecnología y Literatura, les agradece la deferencia que tienen para los consumidores.
Espero que mis lectores, también apasionados de un buen libro con olor a historia, puedan aprovechar estas referencias que he mencionado.
VVRR.
Imagen – Iberlibro.
Un día te querré… Un día: ¿cuándo?…
4 May, 2013
Un día te querré… Un día: ¿cuándo?
No lo sé, ni me importa, todavía.
Tan segura de amarte estoy, un día,
que ni anhelo ni busco, voy andando.
Mi mano que la espera va ahuecando
hoy reposa indolente, blanda y fría.
Un día te querrá… Hoy sólo ansía
encerrarse en la tuya, descansando.
Mi amor sabe aguardar. No es impaciente:
su deseo es arroyo, y no torrente
que hacia ti, con certeza, sigue andando.
Y una tarde cualquiera y diferente
me ha de dar a tu amor, serenamente.
Un día te amaré: ¿qué importa cuándo?
Julia Prilutzky.
Ustedes me sabrán perdonar.
25 abril, 2013
Ustedes me sabrán perdonar que yo pudiera sufrir de invierno un tibio marzo de hace un año… Ni culpa de una ni recuerdo nítido de la otra parte. Pero vino a hacer el Infierno en las nubes de eternidad que con tiento, amor y siglo, se tejían.
Les explico que, aun siendo pocos, son el tanto de gloria que yo sumo a mi cúmulo de realización personal y mi ansia de perpetuar sensaciones que, siendo tan mías, son solamente mero atisbo de lo que ustedes sienten. Presienten o imaginan. Pero en ustedes están aunque no se expresen.
Yo no sé sus nombres, ni sus orígenes ni su procedencia. Ni entiendo de fronteras ni de gentilicios ni de maneras en las que nacer. Todos, para mí, somos de pan, somos de vino. Carne, sangre y alma para alentarnos un destino diferente. O igual, dependiendo de decisiones, azares, infortunios o destrezas.
Nosotros, que somos lo mismo, nos movemos por el sentimiento que nos es natural: el amor. Poco más. o El amor, o la ausencia del mismo.
He estado alejada del Verso tantas noches como lunas vi opacarse en el nombre de quien hoy me deja calcetines sucios bajo la cama que yo recojo. Tampoco me pesa, para qué mentirles, pero cada día encuentro menos razones para hacerlo. Encuentro un profundo cansancio en lo que hace años me procuraba gran satisfacción.
Mi fidelidad a ustedes llegaba a tal punto de provocarme desvaríos para procurarles un cuarteto ingenioso o una silva sin precedentes. Cuando mi corazón dejó de tener razones, opté por copiar y reavivar esos versos eternos que invoqué algún día y cuando repetía me hacían caer en una congoja sin precedentes. Les quería recordar que todo sigue y todo pasa, que todos somos capaces de sobreponernos a una desgracia personal, un día malo, una pérdida o una desazón. Les quería decir que me alumbraron noches sin estrellas y yo lo agradecía. Por mero amor, simple expectativa.
Pero no.
Resultó que no.
Se cuentan ya más de trescientas sesenta y cinco lunas y aún no.
Ni he podido darles más, ni mejor, ni he conseguido hacer como tantos que saben sobrevivir a una herida.
Ni me autocompadezco ni quiero comentarios de mierda que no aportan nada y sólo pretenden cierta notoriedad y un algo de menoscabo en la autoestima mía.
Algún día ustedes entenderán esto y no serán capaces de reaccionar ni hablar ni escribir. Y yo no habré de hablarles, en esa noche de ciénaga para ustedes, de lo grande e inesperada, para Bien, que es esta Vida que recorremos… (Porque ni lo creo, ni lo sé, ni me lo repito).
Quizá se acuerden de esto, de un endeble post en la era tecnológica, de lo que se pudieron reir en un momento determinado y se arrepientan de la precipitada hazaña personal que dieron como victoria, en una batalla que nunca tuvo enemigo que no fuera usted mismo…
Con todo yo les compadezco: algún día también supe vanagloriarme de mi profunda suspicacia y caí en el pozo más inaccesible, el de aquellos que nunca creyeron que las historias ajenas pudieran doler como alfilerazos en el alma cuando es a espíritu propio al que le toca sustentar el peso de una cruz que no se merece.
Pues bien, duelen. Esas cruces inesperadas, duelen. Y el dolor, ese dolor, es capaz de diluirte las intenciones en algo más que sopor y conformismo.
Acabas siendo otro.
Un “alguien” tan distinto a ti que apenas reconoces cuando te enfrentas a la realidad física de un espejo y la verdadera identidad que re refleja tu manera de pensar o sentir. ¿Y qué hacer? Pues poco más que no enturbiar el camino del otro.
Si su dolor se traduce en anorexia, coman. Si es insomnio, tomen Lormetazepan. Si lloran sin remedio ni razón, acudan al Prozac. Si les da miedo el exterior, no salgan de su casa. Si les asfixia la falta de espacio no se metan en un ascensor…
Todos sirven razones con argumentaciones siempre válidas, y en presunción, muy eficaces…
Al final, eres tú con tu historia, tus razones, tu llanto o tu alegría.
Y el otro, aunque aconseje, no tiene ni puta idea de qué fue lo que consiguió hacer de ti un mero instrumento de viento que dejó de soplar el aire que te daba eso que, algunos, todavía, llaman, el destino.
Y hoy, que no notas ni un pasado, ni un presente ni un futuro, yo, sin ninguno de ellos, por privaciones que no vienen al caso, te digo que nunca existe más destino que el tú mismo logres dibujar mañana.
Así que, aun no teniendo razones (o teniendo algunas que hoy no son muy válidas), cuando salga el sol, plantarás la sonrisa que tú llevas en el rostro de quien se cruce en tu camino.
Y así, aunque te pese, aunque el llanto te atrofie esa comisura de labio que dibuja tu sonrisa, consigues vivir.
Consigues engañar.
Consigues que aquél, que amas, duerma tranquilo y te sienta como alguien feliz.
Y, cuando lo piensas, todo dolor es mero rasguño cuando procuraste un camino limpio de guijarros.
Sea el que sea.
–
VVRR
–
.
He robado.
19 abril, 2013
He robado el óculo de tu tiempo
en un traspiés de lo que no puedo saber.
–
Tú no me entiendes. Ni lo harás.
Pero en las estrellas de tu noche
son mis ideas sobre ti las que titilan.
–
Ya por qué ser el árbol de hoja caduca
si puedo ser perenne en tus jardines.
–
VVRR.
Tierra y Sol.
Derechos registrados.
–
In absentia
11 febrero, 2013
Una idea genial.
24 May, 2012
Amanece y los ojos se abren para decir que aún se está aquí.
– «Coño, de nuevo».
Impronta un beso de amor en un hombro que se resiste al horario. Arropa la silueta y sale sigilosamente de la habitación. Últimamente el trabajo se le amontona y no tiene ganas de hacerlo. La ducha y el desayuno son una pauta que reproduce sin sensaciones. La casa es un cúmulo de recuerdo que se embala y que perdió su significado un día cualquiera.
Se le hace difícil la mañana y la tarde.
Alguna vez, algún destello con nombre y sin forma, le hace ver que la vida son momentos que ella puede construir si deja a un lado el miedo. Pero el miedo es una circunstancia cómoda en la que sabe que no puede hacer daño a nadie.
Por no conocerse bien, y no querer creer una obviedad que a todas luces refulge, ha destruido el amor por su manera de vivir, de sentir y de querer hacerse un hueco en el frágil cascarón de lo que llamamos felicidad. Es triste decir que sólo le complace ese momento donde no es consciente de nada. Se anuncia una catástrofe y todo sigue girando en una rueda que nunca da préstamo al que lo pide.
El instante de lo obvio se ha convertido en una mentira y en un «querer poder» ante un sincero «me siento muerta».
Aún así, con esa dignidad del que sabe que no la tiene, responde ese correo que le hace ser el nombre que le dieron, embala en dos cajas esa cocina que hay que trasladar y se convence de que la felicidad es algo que se obtiene a base de sacrificio, resignación y mucho olvido.
A pesar de todo hoy tuvo una idea genial.
Ese tipo de ideas que nacen cuando no te queda lealtad que mantener, mentira que cubrir ni felicidad que arañar. Y se vio, (hacía meses que no), ese ser que es capaz de propiciar un cambio cuando el cambio no es capaz de ser.
Sonrió. Metió cuatro cosas en una caja. Respiró. Lloró.
Y supo, que la última traición le daba licencia para lo ilegítimo.
VVRR
D.R. «Relatos».
El silencio.
24 May, 2012
el paredón que al alma arrojo,
la tenue vida que me viene abrasando,
una herida escondida, un llanto vapuleado.
Mi silencio es un grito prolongado,
un destino que naciendo muerto,
es promesa en la que me remuerdo,
es atarme escandalosa a tu pasado.
No tengo reflejo, huella ni sombra,
y en la inquieta noche de tu ausencia,
me asesina la Luna cuando te nombra.
VVRR. «Mi gritito de batalla».
Derechos registrados.
Todo traje que queda grande.
25 febrero, 2012
–
http://www.youtube.com/watch?v=wWdOpq4PYYM
–
A veces me enfrento a un teclado para escribir, con algo de miedo. Pudor, timidez. Yo no sé.
Nunca sé qué dejará de estigma lo que un instante deja de mí. De tí. Del que me lee. De lo que me hizo ser yo.
Mi hermano acaba de llamar. Me pregunta sobre qué mierdecitas varias de mi dormitorio debe vaciar. Qué de pasado que vivirá, a partir de hoy, en un contenedor anónimo.
Me hallo, desde hace horas, como cada fin de semana que me atraviesa, en un perfecto encuentro conmigo misma, y sólo atino a decirle: «Tira todo. Sabes qué quiero conservar. Tira lo demás».
No lo oigo indeciso pero sé que duda.
– Me conoces, ¿no?
– Hay algunos Cd’s. ¿Los tiro?
– Sí, todo lo que sepas que me sobra.
– Sí.
(Esa perfecta compenetración de saber que tu sangre es otro río).
– Vale. ¿Todo bien?
– Todo perfecto.
–
Y ese click que te dice que alguien te siente a miles de quilómetros.
Y por lo demás, yo siempre doy gracias.
Cada vez que pienso en ella, él aparece.
VR.
Malo, malo…
11 febrero, 2012
——–
Lo que dice la piedra
sólo la noche puede descifrarlo.
Nos mira con su cuerpo todo de ojos
Con su inmovilidad nos desafía.
Sabe implacablemente ser permanencia…
Ella es el mundo que otros desgarramos…
VR.
El predecible sabor amargo de la información.
9 febrero, 2012
Aunque no lo creas, y pueda parecer algo mezquino, balancearme en la desconfianza me hace sentir un poco más segura. Ni tengo más heridas que nadie, ni mi historia es la más desgraciada de todas, ni sufro ataques de pánico comprando un tipo de pan que no es el habitual, aunque reconozco que pedir «una chapata» me sigue generando sintomatología negativa.
La desconfianza siempre, o casi siempre, me lleva al descubrimiento. El consecuente sabor amargo de la información es algo que asimilo, cada vez con mayor frecuencia, de peor manera. En una terminología algo lírica me vienen mareas de desagrado, olas turbulentas de desesperación y un total convencimiento de que soy la persona más tonta (gilipollas para mí es algo demasiado completo) que he conocido hasta la fecha. Debe ser ese infierno de entraña el que aviva las lágrimas que no nacen en los ojos…
Me alivio entonces pensando que esta ansiedad interior la conocemos muchos de nosotros y reproduzco mentalmente eso de «mal de muchos, consuelo de tontos». Cómo no, me reafirmo en mi propia definición de tonta.
Tonta o retonta, conocer me atonta.
Dos horas y media ya, con la ventana de artículos abierta, el culo en la silla y la taza de café vacía para terminar gastando 150 minutos en un único pensamiento que me provoca sudores en la espalda…
Resoplo y suspiro, suspiro y resoplo, caigo en la cuenta de que el tiempo vuela, pienso y caigo, caigo y pienso, el reloj no para, resoplo, me quito una espinilla, suspiro, miro una foto, pienso, resoplo, me paso la mano por la espalda, caigo y pienso, resoplo, proyecto una idea, suspiro, resoplo, pienso, pienso y pienso…
Por fin analizo lo que estoy haciendo y descubro que, como siempre, es un error de tonta barata.
VR.
Versografía.
4 febrero, 2012
Supongo que fue el pie izquierdo al levantarme, el origen de toda la diatriba posterior. Cuando no duermo, o duermo mal y poco, esa parte de mí que piensa se dedica a rumiar tonterías durante horas y horas. Algunas veces me obceco pensando que quien creo que me quiere no me quiere como quiero que me quiera. Otras veces me enervo deduciendo que quien me da el sueldo no me valora como quiero que me valore y espero que lo haga. Y en algunos momentos, entro en el torbellino de saber conscientemente que todos, y digo todos, siendo lo mismo, somos muy diferentes.
Puedo luchar horas, días, incluso semanas, contra todo tipo de pensamientos que vienen y van, y van y vienen y no dejan de darme por culo con inconsistencias de todo tipo. No he conocido nunca nada más imperfecto que mi propio discurrir por la Vida. Cada segundo tiene mil críticas que llevan a mil conclusiones que derivan en mil hipótesis.
Un caos de cabeza, señores, un caos.
Puedo estar haciendo café en apariencia pero libro una batalla de tintes victimistas conmigo misma. Puedo estar escribiendo artículos para pagarme los gastos de luz y agua mensuales pero tengo la cabeza siempre entre dudas y desconfianzas. Puedo entender que dando recibo pero es la quimera de quien siempre pretende hacer lo estipulado. Pudiendo darme al cien por cien en todo lo que hago, al cabo del día, termino descubriendo que ese 20% de mí que todo lo masca, sigue siendo el soberano del reino de mi «mí» más profundo.
En esta última semana se ha regodeado en tres aspectos de mi camino. Uno de ellos, quizá el más lúcido, ha sido mi amor por la Poesía. Ese caos malintencionado de mi psque me dijo hace años que perdía mi tiempo en versos y métricas. Que dejara de leer clásicos para meterme de lleno en las vanguardias literarias.
Por un cierto instinto conservador lo mandé a la mierda. «Eso» que se mide, «eso» que es metáfora, «eso» que dice sin decir pero hace sentir aunque no lo permitas, era todo cuanto yo tenía para explicarme. Mi amiga Ana, de la que hablé hace algún tiempo, periodista y culo de mal asiento, me dijo, hace más de un lustro, que yo «manejaba» mejor la prosa. Mi amiga Angie, también culo inconformista y especie en extinción, me vino a decir lo mismo añadiendo que mi poesía era, en todos los sentidos, «demasiado clásica».
Y, por fin, tras una semana de conflicto, decido ponerme manos a la obra con esa prosa que no cultivo más que en relatos cortos o reflexiones. Pero, ¡oh!, el papel en blanco no me trae más que sinalefas y aliteraciones… Pienso en lo que quiero decir y comienzo con una fantástica sinestesia. ¡Qué horror! El verso me invade donde voy.
Me digo que la poesía eleva lo hermoso y hace dulce lo miserable y me propongo hablar de algo que ni sea hermoso ni dulce. Una mierda, por ejemplo. Ni hermosa ni dulce.
Cuando he terminado esa singular prosa descubro una lira con musicalidad que ensalza todo lo poético que tiene una mierda. ¿Nada? Qué lejos de la realidad. Con métrica hasta un mojón parece un manjar.
Parece que mi cabeza ha dejado de girar en este sentido al ver la composición.
Ahora ya no me insiste en que cultive la prosa porque entiende que mi manera de versar es el oficio de hacer de la Vida un camino espectacular donde todo, todo, puede ser más que bello. Y soportable, cómo no.
VR.
Porque.
21 enero, 2012
Tan cansado estaba de escuchar que la noche es oscura «porque sí» y el día luminoso «porque así es la Vida» que decidió no cuestionarse nada. De nada y en ninguna ocasión.
Su mujer usaba servilletas de papel «porque se pueden tirar y no hay que lavarlas», su hijo suspendía todas las asignaturas «porque los profesores le tenían manía» y su madre odiaba su matrimonio «porque ella era una arpía». Él pasaba doce horas al día en su oficina. Un reducto mínimo donde los papeles eran su monarca y la calculadora su ejército particular de pequeños arqueros. Comía «porque hay que comer», orinaba «porque la vejiga me lo pide» y respiraba «¿por pura inercia?».
Al final todo le daba igual. No había decisión que tomara que no tuviera en cuenta ningún «porque» de algún iluminado de su rutina diaria. Iba los fines de semana a casa de su suegra «porque su mujer se lo reclamaba», veía partidos de baloncestos en la televisión «porque su hijo quería ser un nuevo Pau Gasol» y arreglaba los números de la empresa «porque su jefe confiaba en él».
No recordaba qué fue lo último que hizo por gusto propio. No recordaba la última vez que pidió algo especial para comer. No recordaba si el color de la última corbata que compró la eligió él. No recordaba cuándo se fue a dormir porque el sueño lo vencía. No recordaba nada de sí. Su nombre era el grabado de presentación. Poco más.
Los «porques» terminaron por devorar toda intención.
Cuando murió, se dijeron preciosas palabras de él.
«Era generoso con todo el mundo», «nunca se quejaba», «amadísimo esposo y padre de familia», «ejemplar trabajador con dedicación absoluta»…
Dudaron sobre el futuro de su cuerpo.
Al final lo incineraron. Porque estaba de moda.
VR.
Agosto, calor, ausencia y perra.
7 agosto, 2011
Aún no te has ido y ya te estoy echando de menos. Pero con coraje. Con esa ira que nace cuando se sabe que la Vida me roba minutos, horas y días contigo. Ya era bastante compartir con Morfeo esas noches donde tú duermes y yo miro y batallar segundos con las obligaciones respectivas donde no cabe nadie más. Todavía no te has ido y yo ya cargo esa tremenda mala leche de saber que me voy a levantar con el olfato atrofiado y huérfano de tu aroma y que mis ojos no tendrán nada que mirar mientras voy a la cocina a preparar mi café, tristísimo sin ti, y tu zumo de naranja.
No habrá ruidos ni nadie me gritará desde el dormitorio porque me ha sentido despertar. La perra me mirará con cara de asco, porque le faltará una pieza, un algo y no sabrá ubicar qué estará pasando. Y conforme avancen las horas me iré calentando con la idea de que esos días no están siendo míos. La noche será peor, mucho peor. Pensarlo me acelera la respiración.
No dormiré en la cama. No quiero verte en imaginaciones propias y veloces apretando mi cuerpo o hablando en lenguas que no comprendo, pero siento. No pienso dormir donde tú me faltarás. No voy a dejar que mi perfume a tabaco, café y colonia de bebé termine por borrar el tuyo de las sábanas que nos ven dormir cada noche. Tampoco voy a dejar que nadie invada la ausencia de ti. Porque en tu misma ausencia, sabré amarte más.
El «eclipse de lágrima» que se produjo el año pasado, en estas mismas fechas, no es más que un juego de niños hoy a mis ojos. Si doce meses no me han demostrado que puedo levantarme por mí misma, no lo harán cuatro días en guerrilla de frío. Y cuanto más hablo, más me embravece la ira ese deseo de suplicarte que no me dejes sola, que te des cuenta de que necesito cada noche y cada nube que se esconda para sentirte cerca de mí. Pero, como no soy lo suficientemente egoísta, me voy a callar esa súplica que muere antes de nacer, voy a silenciarme el ruego y permitiré que tu cuerpo parta hacia ese nuevo destino de días.
A fin de cuentas yo me quedo con tu alma.
Y la mía parte contigo.
VR.
Cosas de casa.
25 junio, 2011
Mi perra resopla. No la puedo sacar porque le ladra a todos los perros que se encuentra. No la puedo bañar tampoco porque tengo los ovarios a punto de reventar. Y no la puedo entretener jugando porque el calor me tiene doblegada y el dolor, atolondrada. El aire acondicionado, a ratos, expulsa pedazos de infierno estando yo debajo. Tomo ibuprofeno cada tres horas y me pregunto para qué cojones me sirve tener la regla todos los meses si, a lo mejor, nunca podré tener hijos. Bebo café soluble (con agua y leche) porque se me ha olvidado comprar café de cafetera y fumo lo que tengo a mano por no tener que enfrentarme a unos pantalones que me apretarán el abdomen si me decido a salir vestida a la calle.
Me duele la espalda de escribir encorvada. Podría hacerlo en la mesa del dormitorio pero eso supone que el sol me achicharrará el brazo izquierdo. Me debato entre perder la salud de la espalda quedándome bajo el chorro semifrío del salón o perder la consciencia escribiendo en la mesa del dormitorio.
En ambos lados los pinchazos del vientre son para mandar a la mierda el mismo género con el que nací. No sé si las plantas estarán bien, yo las veo tristes. No sé si regarlas mucho o meterlas dentro de la casa. Antes puse una lavadora y ahora no me decido a salir a tender porque los pájaros que vienen a visitar el comedero de mi perra están de fiesta. Hace unas semanas apareció uno. Le robaba el pienso a mi can. A mí me hacía gracia hasta que descubrí todo el tejado de la terraza lleno de mierdas de pájaros. Fue la noche del eclipse. Subimos al tejado para verlo y puse las manos encima de las insignes manchas de mierda. Los pajaritos me gustan pero sus deshechos no.
Ahora entran y salen a refrescarse en el bebedero de mi perrita y a comer. Si salgo los espantaré y no terminarán de recoger su pitanza. Me pregunto cuántos más vendrán y a qué número tan manifiestamente grosero de cacas me tendré que enfrentar en los próximos días.
El sofá está roto. Los muelles se destrozaron tras una aventura con el Singstar. Si no cojo bien la posición puedo terminar de hundirme en pocos minutos. No sé fregar, siempre dejo manchas en los platos y los vasos. Las lavadoras las mezclo. Eso de blanco y color a mí me suena a chino. He descubierto un juego de casitas que me persigue hasta en mis sueños. Y no tengo ganas de hablar ni hacer nada hoy.
No sé si es el calor, las punzadas continuas, mi ineptitud para hacer lavadoras y fregar platos o las mil y una mierdas que tengo siempre en la cabeza. Y no precisamente las de mis pajaritos amigos. O me corto la testa o terminaré loca de atar (si es que aún no lo estoy).
Me cae bien la gente. Pero toda, sin excepciones. Y eso puede llegar a ser un problema. Me fijo tanto en el detalle distraído que me olvido de mirar qué lo motivó. Y eso es un desastre. Emocionalmente mi alma vive en un montaña rusa.
Es difícil abstraerse cuando no lo has hecho nunca. Es más complicado dejarla en blanco cuando ese blanco es el lienzo donde mi mente se empeña en dar colores y formas que me llevan a conjeturas, recuerdos y dudas.
Me da miedo seguir avanzando y no poder realizar el puñadito de sueños que tenía previsto. Me da miedo que los pajaritos dejen de venir o que mi perra se muera de calor. Me da miedo saber que las baldosas de la casa de mi felicidad pueden ser una decepción para alguien. Me da miedo no saber querer y no pronunciar el mismo miedo. Me da miedo pensar que ya no estoy donde estaba, que no conozco lo que conocía y me hice daño por querer curarme.
El dolor físico apenas me asusta. Pero el otro me va a matar.
VR.